Noticias 09.11.2017 El profesor de Ostelea, Alan Quaglieri, imparte el módulo de Turismofobia en Sao Paulo (Brasil) Comprender las razones por las que, para muchas personas, el turismo ha pasado de ser sinónimo de desarrollo y bienestar a un elemento de preocupación y amenaza. Este era el objetivo principal del curso “Turismofobia: um cenario distante na realidade brasileira” (Turismofobia: un escenario distante en la realidad brasileña), el cual formaba parte de la segunda edición del Ciclo Ética en el Turismo, desarrollado en Secs Campinas, en el Estado de Sao Paulo (Brasil). Este módulo del curso lo ha llevado a cabo el profesor de Ostelea, Alan Quaglieri. Mientras que, de forma oficial, la Organización Mundial del Turismo ha consagrado el 2017 al turismo sostenible para el desarrollo, a nivel mediático el protagonista de la temporada fue sin duda la denominada turismofobia. Las escenas de sabotajes en diversas ciudades españolas y europeas impulsaron el término y la publicación de artículos y reportajes, además de su aparición en debates públicos para indicar o estigmatizar cualquier tipo de lectura crítica de la actividad turística. El curso desarrollado por Quaglieri sirvió, igualmente, de análisis del turismo en marco del sistema urbano. Asimismo, se identificaron las narrativas que han acompañado el turismo históricamente y actualmente, para estudiar así las tendencias. Utilizando como estudio de caso lo acontecido en Barcelona, se abordó la implicación y organización de actores sociales en la denuncia de las lógicas, así como las implicaciones de la actividad de las industrias turísticas y de cómo la turismofobia se ha convertido en uno de los ejes principales de debate político e institucional de la ciudad. Hablamos al respecto con el profesor de Ostelea. ¿Cómo y cuándo nace el concepto ‘turismofobia’? El término es acuñado en 2007 por parte del geógrafo y experto en turismo José Antonio Donaire en una entrada en su blog con el mismo título. En este se emplea el término para describir a una “nueva moda esnob del momento” en referencia a las opiniones expresadas por algunos intelectuales relativamente al turismo en el marco de un simposio internacional (Turismo XXL), organizado por el CCCB en Barcelona definido por Donaire como la “enésima epifanía antiturística”. La palabra turismofobia nace, por lo tanto, para describir ciertas posturas con respecto al fenómeno turístico dentro de ciertos ámbitos intelectuales y académicos. ¿Cuándo se “populariza” y llega a los debates mediáticos? En los años sucesivos, el término empieza a ser empleado y popularizado por medios de comunicación especializados en materias turísticas o generalistas de ámbito básicamente español, para referirse a un sentimiento creciente de preocupación, cuando no exacerbación respecto al turismo en destinos turísticos maduros, sobre todo urbanos. En particular, en coincidencia con la etapa de gobierno Trias, en la ciudad de Barcelona, se asistió a un claro cambio de paso con respecto a la difusión de lecturas críticas del fenómeno turístico más allá de los círculos académicos. La creación de plataformas ciudadanas, así como la explícita inclusión del turismo en la agenda de asociaciones vecinales de los barrios más concernidos por el fenómeno y las consecuentes manifestaciones de denuncia o reivindicación entorno a la “cuestión turística”, han ganado espacio en el marco del debate público y, por lo tanto, mediático y, con ellos, el uso del término turismofobia. Sin embargo, se puede considerar al 2017 como el año de normalización del término como efecto de la proyección mediática que tuvieron a nivel español e internacional acciones como el sabotaje a símbolos turísticos cuales el Bus Turístic o bicicletas de alquiler reivindicadas por la formación Arran, o las propuestas “indecentes” de la CUP en el consistorio barcelonés como la municipalización de hoteles o la expropiación de la Catedral. Su compañero, profesor también de Ostelea, Claudio Milano afirmaba en una entrevista que el concepto de turismofobia no existe, y que debemos cambiarlo por el de “residentofilia”, porque “hay que tender hacia un modelo sostenible, con un nuevo modelo de ciudad”. ¿Qué opina al respecto? La turismofobia existe, seguramente, como término que se ha popularizado e implantado en el marco del debate público y mediático entorno al turismo y sus impactos. Al mismo tiempo, entiendo las perplejidades que expresan algunos respecto a la normalización de un término empleado para referirse indistintamente a posturas y acciones muy diferentes entre ellas. El lenguaje no es inocente y pensar que pueda haber sectores políticos y económicos interesados en desprestigiar toda posición crítica también a través del uso de una palabra connotada negativamente, como todas las que incluyen el sufijo –fobia, no es tan descabellado. Como demuestran las encuestas demoscópicas, existe efectivamente una preocupación creciente y difusa entre los habitantes de Barcelona con relación al turismo, pero preocupación no es sinónimo de fobia o animadversión, lo que no quiere decir que estos últimos no sean sentimientos presentes en una parte de la sociedad, si bien minoritaria. Me refiero, por ejemplo, a los mensajes “bélicos” que podemos encontrar en muchos muros de Barcelona y que expresan un claro rechazo al turismo e incluso al turista en cuanto tal. Frases como “Tourist go home” o “Tourist you are the terrorist” podrían ser manifestaciones de esa “especie de xenofobia de sustitución”, esa “mezcla de repudio, desconfianza y desprecio hacia esa figura que ya todos designan con la denominación de origen guiri” que el antropólogo Manuel Delgado ya allá por 2008 definía como “turistofobia”. ¿Cómo considera que se puede “solucionar” esta situación y qué agentes juegan en el mercado? Creo exista un problema de enfoque que explica una cierta “fetichización” del turismo. Considero que el turismo no represente el problema en sí cuanto un elemento que, dependiendo del peso específico que tenga en la economía y ecología de un territorio, puede tener una notable capacidad de alimentar y acelerar los procesos. En este sentido es emblemático el fenómeno de los pisos turísticos, cuya explosión en determinados barrios de los principales destinos urbanos ha exacerbado un conflicto preexistente entorno a la delicada cuestión de la vivienda. Un caso que visibiliza lógicas más profundas y cuestiones de sistema: en este caso, el encomendar casi completamente al mercado un derecho constitucional cual el derecho a la vivienda. Dicho de otra manera, la línea del conflicto no pasa por el turismo. Creo que en este sentido es conveniente hacer pedagogía, no tanto para restar responsabilidades a los actores que operan en el marco de las industrias turísticas, sino para resaltar el fondo de los problemas que es donde hay que intervenir para resolver los conflictos que el turismo también contribuye a alimentar. Las políticas turísticas por sí solas no pueden, por lo tanto, resolver a la raíz los problemas que, dicho de alguna forma, afloran gracias al turismo. No se trata, en otras palabras, de un problema de modelo turístico sino de modelo territorial o de ciudad cuyas deficiencias han sido puestas más en evidencia por la crisis económica pero que es muy difícil resolver con las solas competencias con las que cuentan los ayuntamientos, como demuestra el caso de Barcelona. La complejidad del fenómeno turístico y su gestión interrogan cuestiones de sistema, es decir, aspectos que trascienden la capacidad de intervención de los gobiernos locales. El fenómeno no es único de Barcelona, sino que otras ciudades también lo están viviendo. ¿Cuáles destacaría? ¿Alguna de ellas ha conseguido revertir la situación? Barcelona es quizás el lugar, entre los principales destinos urbanos, donde el turismo ha ganado mayor centralidad dentro del debate público y donde con más intensidad se han sucedido movilizaciones y manifestaciones de vario tipo. Sin embargo, la ciudad condal no es el primero ni el único teatro de movilizaciones en este sentido. Lejos de los focos de atención de los principales medios de comunicación internacionales, hay realidades muy diferentes a la nuestra donde el conflicto puede alcanzar niveles superiores. Se me ocurre el caso de la Ile-à-Vache, pequeña isla haitiana donde la expropiación de tierras como efecto de la designación de área especial de desarrollo turístico ha provocado la movilización de una parte importante de la población con la consiguiente intervención de fuerzas especiales y la encarcelación de líderes de base. Volviendo a realidades más cercanas, el caso de Venecia es seguramente uno de los más emblemáticos. La preocupación por la presión turística sobre un entorno tan frágil desde un punto de vista social como medioambiental como el de esta ciudad italiana, lleva tiempo instalada en la mente de muchos venecianos. En particular, en los últimos años las principales movilizaciones se han enmarcado en la campaña contra el acceso de los grandes barcos de crucero que, además del impresionante impacto visual, comportarían graves daños al ecosistema lagunar. La ciudad de Berlín también ha visto el crecimiento de un movimiento contestatario contra las repercusiones del éxito turístico de algunos barrios por lo que se refiere al mercado inmobiliario y en general al encarecimiento de la vida en estas áreas. Situaciones y reacciones que comparten, además de Barcelona, muchos otros destinos urbanos como Ámsterdam, Nueva York, París o Lisboa entre otros. Bajo también el impulso de movilizaciones ciudadanas, varias ciudades han ido desarrollando en los últimos tiempos medidas, sobre todo de tipo urbanístico, para limitar la actividad turística en determinadas áreas de la ciudad. Es posible que algunas intervenciones consigan resolver situaciones muy concretas o paliar los efectos negativos asociados a determinados tipos de prácticas. Sin embargo, por las razones expuestas anteriormente, es difícil pensar que una vez instalado en la cabeza de mucho cierta desconfianza hacia el turismo se pueda volver al entusiasmo de los años “dorados” manteniendo intactas las lógicas que rigen el sistema económico vigente. Compartir